Tercera entrega
.Todas sus infidelidades y sus menosprecios eran algo habitual para
mí, ya estaba acostumbrada, pero lo que no he podido asimilar y ha
acabado de hundirme ha sido enterarme de que se casó hace diez meses
con una tal Eva Frye, una amateur actress de sólo 22 años.
Imagino que no pudo resistir la tentación de añadir una nueva
conquista a su larga lista; sin olvidar el hecho de volver a
sentirse joven al tener entre sus manos carne fresca, mientras la
suya envejece rápidamente. Supongo que se casó porque de lo
contrario ella no habría consentido en tener sexo con él, o bien
porque ya lo había tenido y la dejó embarazada. Quién sabe. Lo que
me duele es que, de ser la verdadera esposa durante trece años —aun
sin pasar por el juzgado, ni maldita la falta que me hacía—, me he
convertido en la amante. Y además en la amante que está a punto de
ser abandonada a pesar de todo lo que ha hecho por su hombre. Me
enteré ayer de todo gracias a una carta escrita por la propia Eva en
la que le exige que se vaya a vivir con ella, su legítima esposa, y
que de paso se lleve el dinero que le corresponda de lo tenido en
común conmigo. Cuando fui a informarle sobre la llegada de la carta
—y de paso a dejarle bien claro que conozco el embrollo—, con toda
la frialdad del mundo me dijo que el asunto no tiene importancia, me
acusó de exagerada y se negó a dar más explicaciones. Por la noche
me anunció que hoy iría a Londres solo —seguramente a ver a su
esposa, a pesar de su mal estado de salud—, y eso ha hecho esta
mañana.
Menos mal que durante todo este tiempo he tenido a mi lado a Freddy,
que, aunque sólo es mi medio hermano y él ni siquiera lo sabe, se ha
portado como si fuera un hermano de verdad, como si no hubiera
sufrido la terrible injusticia que ha tenido que soportar tantos
años. A menudo me pregunto cómo fue posible que mi padre no le
aceptara de ningún modo y que el General no quisiera ni verle. A
pesar de ser tan buenas personas, cometieron esta terrible
injusticia con el pobre Freddy. Bueno, en realidad mi padre durmió
en una ocasión en la misma casa que Freddy. Fue en 1882, cuando ya
había muerto Möhme y el Moro se sentía terriblemente solo. Supongo
que buscando compañía y para saber qué habría sido de su hijo
ilegítimo, se enteró de dónde vivía y acudió a su casa para charlar
con él. Por supuesto, no le reveló el terrible secreto.
De: Eleanor Marx
A: Laura Marx
19 de diciembre de 1890
(…) Freddy se ha portado admirablemente en todos los sentidos, y la
irritación de Engels contra él es tan injusta como incomprensible.
Supongo que a ninguno de nosotros nos gusta afrontar nuestro pasado,
en carne y huesos. Siento que siempre que veo a Freddy es con una
sensación de culpa y de haber obrado mal. ¡La vida de ese hombre!
Oírla contar supone para mí una gran pena y una vergüenza a la vez
(…)
Debe ser verdad eso que dicen de que los grandes hombres tienen
grandes defectos. En el fondo no se lo puedo reprochar a ninguno de
los dos, en parte porque entiendo lo que les debió preocupar que se
pudiera hacer público el asunto —con el duro golpe que eso habría
supuesto para el movimiento socialista— y en parte porque pocos son
capaces de enfrentarse con las faltas cometidas en el pasado: uno
por haber sido infiel a su mujer (mi madre) y el otro por haber
consentido el encubrimiento y haber participado en él haciéndose
pasar por el padre de Freddy. Conozco bien la historia porque he
tenido en mis manos toda la correspondencia de los protagonistas.
Leon Phillips
Todo comenzó cuando, en agosto de 1850, mi madre viajó a Holanda
para pedir ayuda al tío de mi padre, Leon Phillips. Supongo que el
Moro abordó a Lenchen porque se sentía solo, o tal vez fue su
apetito viril lo que le llevó a acercarse a ella. Sea como fuere,
hubo un affair entre los dos, lamentablemente para ellos
quedó embarazada y pronto fue imposible ocultárselo a mi madre. En
marzo de 1851 nació Franziska, mi hermana, que sólo llegó a vivir un
año, y en junio sucedió lo inevitable, el nacimiento del hijo de
Helene. Aún me impresiona ver el laconismo de mi madre en sus
memorias al referirse al acontecimiento
A comienzos del verano de 1851 ocurrió algo de lo que no volveré a
hablar, pero que aumentó en gran medida nuestras preocupaciones
privadas y públicas.
Por supuesto, Möhme se refería al nacimiento de Freddy, que vino al mundo el 23 de junio de 1851, en la casa que mi familia ocupaba en el número 28 de Dean Street, en el Soho . Por lo que yo sé, mi padre era bastante vigoroso, con un fervor sexual bastante marcado, y mi madre le complacía todo lo que podía. Además, a pesar de nuestras ideas avanzadas, mi padre seguía creyendo en sus derechos y prerrogativas como varón, por encima de la mujer. Por eso mismo tuvieron tantos hijos a pesar de su mala situación económica. Lenchen , en cierto sentido, era como su segunda mujer, ya que se hacía cargo de casi todos los asuntos cotidianos de la familia. En ausencia de mi madre, con la potencia sexual de mi padre y a su lado una mujer de treinta años de buena presencia, que además habría hecho cualquier cosa por él, la situación en conjunto le incitó a tener relaciones con Helene, que posiblemente accedió con gusto, dado el cariño y la admiración que sentía por el Moro. Mi madre estaba lejos y no tenía por qué enterarse de nada. Pero la naturaleza jugó una mala pasada en forma de hijo no deseado.
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La buena de Lenchen era alemana, como mis padres, y nació el 31 de diciembre de 1820 en Saarland. Su padre, descendiente de campesinos, era panadero, pero el negocio no iba bien y la familia era pobre. Ninguno de los hijos recibió formación, y con sólo diez años Helene fue enviada como criada a una familia de Tréveris. No encajó bien en su primer destino, ni en el segundo, y después de varias mudanzas acabó llegando a la casa de los Westphalen, la familia de mi abuelo, el padre de mi madre, en 1833. Allí encontró por fin una familia hospitalaria que la trató bien, lo cual agradeció toda su vida. Y en 1845, dos años después de que mis padres se casaran, mi abuela se la envió a mi madre cuando estaba en Bruselas, a modo de regalo de bodas tardío, sabedora de que era el mejor presente que podía hacerle. No se equivocaba, porque gracias a ella pudo la familia sobrevivir en los peores momentos, y se mantuvo fiel aunque pudo haberse ido a otra casa más próspera, donde habría vivido mejor. En cierto sentido, en aquellos tiempos se sentía parte de la familia y a la vez una especie de sierva, propiedad de mi madre. Rara vez recibió dinero; al contrario, en más de una ocasión tuvo que utilizar sus exiguos ahorros para poder comer. Ella era la que, cuando no había qué comer ni dinero para comprar comida, cogía algún objeto de cierto valor y lo llevaba a la casa de empeños. Supongo que eso la obligó a desarrollar su carácter, que era bastante fuerte. Lo que ella decía, eso se hacía en casa. En realidad, aunque en teoría era la criada, en realidad no es que fuera una más de la familia; lo cierto es que ejercía una especie de dictadura. Y mi padre se sometía a esa dictadura sin protestar. No obstante, a pesar de ser la que mandaba, era la que más trabajaba, a veces la única.
Su talento para los asuntos domésticos le permitió salvar las
situaciones más difíciles. La familia Marx debió a este espíritu del
orden y de la economía no verse privada de lo mínimo y necesario
para su existencia. Helene sabía hacerlo todo: cocinaba, ponía en
orden la casa, vestía a las chicas, cortaba y cosía los vestidos,
ayudaba a la señora Marx. Ejercía simultáneamente las funciones de
ecónomo y mayordomo de la casa. Las chicas la querían como a su
madre y ella ejercía sobre las tres una autoridad maternal. La mujer
de Marx la consideraba su amiga más íntima, y Marx tenía con ella
una amistad muy particular; jugaban al ajedrez y muchas veces he
visto cómo él perdía la partida. El amor de Helene por la familia
Marx era totalmente ciego.
Wilhelm Liebknecht
Helene Demuth
De
joven era agraciada y tenía unos ojos azules muy bonitos y una buena
figura, ein hübsches Mädchen; a eso se añadía un trato fácil.
Tuvo varios pretendientes —algunos con un buen empleo— y pudo
casarse y formar una familia, pero sentía que su obligación era ser
fiel a mis padres, y con ellos se quedó, como una segunda madre para
nosotras. En realidad, muchas veces ella era la que ejercía como
tal, sobre todo durante las largas temporadas en que mi madre
permanecía en cama, enferma, y también debido a la poca habilidad de
Möhme para dirigir la casa. Su círculo de amistades se limitaba al
de la familia. Era también una buena cocinera, y con muy pocos
recursos podía hacer un guiso con el que alimentarnos durante varios
días. Aunque no recibió formación, no era una iletrada en ningún
sentido. Leía cuando podía, hablaba inglés y francés, aparte del
alemán, su lengua materna, y sus opiniones sobre todos los temas
posibles eran tenidas en cuenta incluso por mi padre y el General.
A comienzos de 1851, su embarazo era evidente, así que mi padre y
ella, en secreto, tuvieron que inventar alguna explicación. No
podían reconocer, ni ante mi madre ni ante los amigos de la familia,
ni menos ante la opinión pública, que él era el padre. Así que el
Moro recurrió a su íntimo amigo, conocedor de todos sus secretos, no
sólo para contarle el asunto y con ello aliviar sus penas, sino en
busca de ayuda y quizá de algo más.
De: Karl Marx
A: Friedrich Engels
31 de marzo de 1851
(…) Por último, para acabar de rematar la situación de un modo
tragicómico, existe un secreto que te revelaré en pocas palabras.
Pero justo en este momento me interrumpen y tengo que acudir junto a
mi mujer, que está en cama, enferma. Así que dejaré el asunto, en el
que puedes tener cierto papel, para la próxima ocasión”.
De: Karl Marx
A: Friedrich Engels
2 de abril de 1851
Respecto al misterio, no te escribiré nada sobre él, ya que, sin
importar lo que me cueste, te visitaré a finales de abril. Debo
apartarme algún tiempo de aquí.
El 17 de abril, mi padre viajó a Manchester para pasar unos días con
el General, lo suficiente para explicarle el mystère y
convencerle del papel que tenía que representar en la tragicomedia.
Dado que el General había estado en Londres hasta noviembre del año
anterior y había visitado con frecuencia la casa de los Marx, habría
contado con oportunidades de tener relaciones íntimas con Lenchen.
Además, como mi madre era sabedora de la situación un tanto
irregular del General en lo que respecta a las relaciones de pareja
y el matrimonio, creyó que éste era el padre, sin dudar ni un ápice
de la historia. Mi madre, además de estar siempre orgullosa de su
origen aristocrático, era muy conservadora en lo referente al
matrimonio y nunca aprobó la —para ella— escandalosa vida del
General con las que ella llamaba concubinas. Así que, ya que Engels
era una especie de libertino, cabía la posibilidad de que hubiera
seducido a la inocente Lenchen para gozar de su cuerpo, y la
consecuencia no deseada era ese visible embarazo que ella mostraba
en ese momento. Engels demostró su lealtad a mi padre una vez más,
si bien no accedió a ser el padre a efectos oficiales, por lo que,
cuando Helene inscribió a Freddy en el registro de St. Anne de
Westminster con el nombre de Henry Frederick, dejó en blanco el
espacio reservado para el nombre del padre y le puso su apellido,
Demuth.
Friedrich Engels, el "General"
Y así comenzó la triste vida de Freddy. Después de unos días junto a
nuestra familia, se decidió que lo diera en adopción y lo acogió una
familia de apellido Lewis, de clase trabajadora. No obstante, mi
madre comenzó a sospechar de la historia, posiblemente porque entre
mi padre y Lenchen había una especie de lazo íntimo que antes no
existía. Los enemigos de Marx también empezaron a hacer correr
rumores.
De: Karl Marx
A: Joseph Weydemeyer
2 de agosto de 1851
Puede usted imaginar que mi situación es bastante mala (…) Además de
lo que le he relatado, están las infamias de mis enemigos, que nunca
se atreven a atacarme abiertamente, pero que están intentando
vengarse poniendo en entredicho mi buen nombre y haciendo circular
las más inefables calumnias contra mí (…) Mi mujer, que está
enferma, se siente peor cuando los estúpidos chismosos les hacen
llegar todas esas habladurías. La falta de tacto de algunas personas
en este sentido suele ser enorme.
Así que imagino que al final tuvieron que contárselo a mi madre, que
sentiría como si recibiese una puñalada en lo más profundo de su
corazón. Su amado marido y su querida amiga y confidente, más que
criada, habían aprovechado su ausencia para tener relaciones
sexuales. Por supuesto, mi madre guardó silencio por el buen nombre
de la familia y por el bien de la causa comunista, pero debió dejar
huella en su enfermiza naturaleza. Supongo que tampoco quiso
divorciarse por esos mismos motivos.
(Continuará)
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Freddy Demuth, el hijo bastardo de Karl Marx
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