Sexta entrega

 

 

 

 


La verdadera enfermedad cutánea de Marx

Aunque las lesiones cutáneas fueron llamadas “forúnculos”, “abscesos” y “diviesos” por Marx, su mujer y sus médicos, eran demasiado persistentes, recurrentes, destructivas y específicas de ciertos sitios para ese diagnóstico; mi hipótesis es que Marx tenía hidradenitis supurativa. Esta condición infecciosa recurrente aparece por el bloqueo de los conductos apocrinos que se abren en los folículos pilosos, principalmente en la piel de las axilas, las mamas, la ingle, la zona perianal y la zona genital. Aunque las lesiones pueden parecer abscesos, y suelen ser diagnosticadas erróneamente como tales, ciertas características clínicas asociadas sirven para hacer el diagnóstico correcto, y he encontrado todas en la correspondencia original.

Las características clínicas descritas, con su transcurso recurrente y prolongado, su predilección por ciertos lugares y la destrucción de tejidos no corresponden a abscesos simples, sino que son típicas de la hidradenitis supurativa; actualmente podemos hacer este diagnóstico de modo definitivo.

La hidradenitis supurativa también explica varios de los otros problemas encontrados en la correspondencia, por ejemplo, la proliferación de forúnculos que tenía lugar en el cuero cabelludo, la cara y otras partes del cuerpo (y que forman parte de la tríada de la oclusión folicular); la aparición de dolor articular coincidiendo con la exacerbación de la enfermedad (por ejemplo, en abril de 1866), que se ha atribuido a un trastorno reumático no relacionado; la condición dolorosa recurrente del ojo, ya sea blefaritis o queratitis (…)

La piel es un órgano de comunicación y sus trastornos generan muchos problemas psicológicos; producen asco y repulsión, depresión de la autoestima, del ánimo y del bienestar. Se ha descubierto que estos efectos aversivos son especialmente severos en pacientes con hidradenitis supurativa, y hay bastante evidencia de esto en las cartas de Marx; en particular, la hidradenitis de Marx contribuyó a su miseria y redujo en gran medida su autoestima, como contaba a Engels (24 de energo de 1863). Su odio hacia las lesiones (“chucho”, “marrano”, “Frankenstein”, como solía llamarlas) y el aislamiento que le generaban se hace evidente por el violento placer que le producía atacarlas: “cogí una navaja afilada y sajé al chucho yo mismo. La sangre brotó y saltó en el aire”.

Las consecuencias mentales obvias de la hidradenitis de Marx ofrecen una explicación más simple y menos tendenciosa de sus penas que afirmar que “Marx era rechoncho y morenucho, un judío atormentado por el odio a sí mismo, mientras que Engels era alto y rubio”.

¿Pueden haber influido los efectos mentales de la habitualmente desastrosa hidradenitis supurativa en la obra de Marx? Él constantemente se quejaba de que de “el marrano” influía en su obra, pero también era consciente de su efecto sobre su calidad: “los burgueses recordarán mis diviesos hasta el día en que mueran”. Engels también notaba una mayor dureza estilística en los escritos de Marx durante las recaídas.

 

La situación de la familia fue mala hasta que cayeron del cielo las ayudas que he mencionado, además del pequeño aporte que supusieron sus colaboraciones habituales en el New York Daily Tribune, que cada vez fueron más frecuentes, hasta 1861. Sólo entonces la vida fue más llevadera, pero la miseria había dejado su huella imborrable en la salud de mi padre, mi madre y mi hermana Jenny. No obstante, según sé por varias personas, mis padres fueron siempre excelentes anfitriones y recibían con gusto las visitas que les hacían los amigos y conocidos. La mayoría de las visitas eran del gusto de mis padres, como es natural, pero a lo largo de los años pasaron personas de todo tipo, como por ejemplo el revolucionario Louis Blanc, un personaje bastante histriónico.

 


Louis Blanc

A Marx, las personas teatrales le causaban horror. Todavía recuerdo cómo nos contó entre risas su primer encuentro con Louis Blanc.

La escena tuvo lugar todavía en Dean Street, en aquella pequeña vivienda que en realidad estaba formada sólo por dos habitaciones: la antesala o recibidor, que hacía las veces de sala de visitas y de trabajo, y el cuarto posterior, que servía para todos los demás menesteres. Louis Blanc había anunciado su llegada a Lenchen, quien le hizo pasar a la antesala, mientras Marx se vestía con rapidez en el cuarto posterior. Ahora bien, la puerta de comunicación había quedado entornada, y a través de la rendija Marx pudo contemplar un gracioso espectáculo. El gran historiador y político era un hombrecito muy bajito, de estatura apenas mayor que la de un niño de ocho años, pero a pesar de ello extremadamente vanidoso. Después de echar una mirada a todos los rincones de aquella sala proletaria, descubrió en uno de ellos un espejo rudimentario, ante el cual se apostó de inmediato, procurando alzar al máximo su estatura de enano —tenía los tacones más altos que nunca he visto—, contemplándose con complacencia, haciendo posturas como un conejo en celo en marzo, y ensayando una postura lo más majestuosa posible. La esposa de Marx, que también fue testigo de esa ridícula escena, apenas podía reprimir la risa. Finalizados estos preparativos, Marx anunció su presencia con un enérgico carraspeo, de forma que el presumido tribuno del pueblo tuvo tiempo de apartarse un paso del espejo y recibir al recién llegado con una reverencia de gran estilo

Wilhelm Liebkecht

 

Dado el gran deseo que tenía mi padre por ganar correligionarios, recibían de buen grado a cualquiera que afirmase compartir sus ideas y deseara defender sus teorías. De este modo llegaron incluso a entrar espías. 

Marx tiene una estatura mediana y cuenta 34 años. Aunque se encuentra en la flor de la vida, ya está encaneciendo. Tiene una estructura corporal poderosa, y su fisonomía recuerda muy distintamente a Szemere sólo que tiene un cutis más moreno, y el cabello y la barba muy negros. Últimamente no se afeita nada en absoluto. Sus ojos, grandes, penetrantes y apasionados, tienen algo de siniestramente diabólico. La primera impresión que le causa a uno es la de un hombre de genio y energía. Su superioridad intelectual ejerce un poder irresistible sobre lo que le rodea.

En la vida privada es un ser humano extremadamente desordenado y cínico, además de mal anfitrión. Lleva una vida realmente bohemia. El lavarse, asearse y mudarse de ropa son cosas que hace muy de tarde en tarde. Se emborracha con frecuencia. Aunque muy a menudo se pasa días interminables en la ociosidad, cuando tiene mucho trabajo es capaz de trabajar día y noche, incansablemente. No tiene hora fija para acostarse ni para levantarse. Es frecuente que se pase la noche en vela; luego, a mediodía, se acuesta, completamente vestido, en el sofá y duerme hasta la noche, sin que le estorbe que el mundo entero entre y salga de la habitación.

Su esposa es la hermana del ministro prusiano Von Westphalen, mujer culta y encantadora que, por amor a su marido, se ha habituado a esta existencia bohemia, y ahora se siente perfectamente en su ambiente en medio de esta pobreza. Tiene tres niñas y un niño; los tres son verdaderamente guapos y poseen los inteligentes ojos de su padre.

A pesar de su carácter indómito e inquieto, Marx es, como padre y marido, el hombre más dulce y afable del mundo. Vive en uno de los peores barrios y, en consecuencia, más baratos de Londres. Ocupa dos habitaciones. La que da a la calle es el salón; el dormitorio está detrás. En todo el apartamento no hay ni un solo mueble limpio y sólido. Todo está roto, destrozado, desgarrado; todo con media pulgada de polvo encima y en el mayor desorden. En el centro del salón hay una mesa grande, a la moda antigua, cubierta por un hule; sobre ella descansan manuscritos, libros y periódicos, así como los juguetes de los niños, los harapos y andrajos de la cesta de costura de la esposa, varias tazas con los bordes rotos, cuchillo, tenedores, lámparas, un tintero… en una palabra, todo revuelto y todo en la misma mesa. Un vendedor de artículos usados se avergonzaría de expender tan notable colección de zarandajas.

Al entrar en la habitación de Marx, el humo de la estufa y el del tabaco le ponen a uno los ojos llorosos hasta tal punto que por un momento parece como si anduviera a tientas por una caverna; mas, paulatinamente, a medida que se acostumbra a esa niebla, logra divisar ciertos objetos que destacan de la calígine circundante. Todo está sucio y cubierto de polvo, de tal forma que sentarse se convierte en una empresa absolutamente peligrosa. Aquí hay una silla con sólo tres patas; en otra silla, los niños juegan a guisar… y da la casualidad de que esa silla conserva las cuatro patas. Es la silla que le ofrecen al visitante, aunque sin quitar el guiso que hacían los niños; si uno se sienta, pone en peligro los pantalones. Pero ninguna de esas cosas turban a Marx ni a su esposa. Le reciben a uno de la manera más amistosa y, con toda cordialidad, le ofrecen pipas y tabaco, y lo que el azar haya querido que tengan; y al cabo de unos momentos se traba una conversación animada, agradable, que compensa todas las deficiencias domésticas; con lo cual la incomodidad resulta tolerable. Finalmente, uno se habitúa a la compañía y la encuentra interesante y original. Este es un cuadro veraz de la vida de familia del jefe comunista Marx.

Informe de un espía prusiano sobre Karl Marx

 

Mi padre jugaba al ajedrez con algunas de las visitas y, según me han dicho, no era mal jugador, aunque se enfadaba mucho cuando perdía e insistía en que le ofrecieran la revancha, hasta que mi madre daba por terminadas las veladas ajedrecísticas para poder ir a dormir.

Partida Karl Marx - Meyer (año 1867)

1.e4 e5

2.f4 (el Gambito de Rey, una apertura romántica y atacante) exf4

3.Ac4 g5

4.Cf3 g4

5.0-0 gxf3

El llamado Gambito Muzio, muy popular a finales del siglo XIX: un sacrificio de caballo para acelerar el desarrollo y poder lanzar un fuerte ataque contra la posición negra, más retrasada.

6.Dxf3 Df6

7.e5 Dxe5

8.d3 Ah6

9.Cc3 Ce7

El caballo sale por e7 en lugar de por f6 para evitar perder la dama cuando las blancas hagan Te1

10.Ad2 Cbc6

11.Tae1 Df5

12.Cd5

Más presión en la columna e, donde el pobre rey negro se encuentra esperando el chaparrón

12...Rd8

Un movimiento prudente, apartar al rey de la columna fatídica, pero las blancas tienen ya demasiada actividad a cambio de la pieza sacrificada

13.Ac3 Tg8

14.Af6

14...Ag5

15.Axg5 Dxg5

16.Cxf4 Ce5

Si las negras juegan 16...Cd4, entonces 17.Df2 Ce6, y parece que las blancas no compensan la pieza sacrificada

17.De4 d6

18.h4 Dg4

18...Dg7 parecía mejor porque defiende f7 y la dama no está en g4, casilla que será atacada por el alfil blanco, con la consiguiente ganancia de un tiempo

19.Axf7 Tf8

20.Ah5 Dg7

21.d4 C5c6

22.c3 a5

23.Ce6+ Axe6

24.Txf8+ Dxf8

25.Dxe6 Ta6

26.Tf1 Dg7

27.Ag4 Cb8 28.Tf7 Las negras abandonan

 

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Al separarle de su madre, Helene, Freddy evitó tener que vivir en penosas condiciones durante su infancia, pero el pobre no recibió educación, y aunque ahora lee todo lo que pueda, ya es muy tarde para que la cabeza de un hombre maduro pueda convertirle en un intelectual. De todas formas, es un obrero cualificado y no se puede decir que pase penurias.

En cuanto a su relación con la familia, creo que mi padre sólo le habló en una ocasión, y fue sobre un asunto trivial. Y Engels no quiso coincidir nunca con él, hasta el extremo de que, después de morir mi padre y marcharse Lenchen a vivir con el General, Freddy sólo visitaba a su madre cuando él no estaba en la casa, entrando por la puerta de servicio, no por la puerta principal, y permaneciendo exclusivamente en la cocina o en el sótano, sin acceder al resto de la casa. A pesar de todo, Helene le quiso mucho y le dejó en herencia todo lo que tenía en el momento de su muerte. En ese sentido, creo que ha visto compensado el mal recibido cuando nació. Por cierto, Lenchen, a pesar de la intimidad que había entre nosotras, nunca me dijo si alguna vez habló con su hijo sobre quién fue su padre.

Lo peor para Freddy vino cuando su mujer se marchó de casa, le abandonó por un militar y se fue con todo el dinero, además de con el que guardaba para el fondo de la asociación del trabajo. ¡Con todo lo bueno que es, ha tenido la mala suerte de recibir mucho mal a lo largo de su vida!

 

De Eleanor Marx

A Laura Marx

26 de julio de 1892

Es estupendo que hayas enviado 50 francos a Freddy (¡sé que difícilmente puedes permitírtelo!), aunque, cuando él me pidió que tu marido no presionara a Longuet, no estaba queriendo dar a entender que tú le enviaras algo. Los hechos son éstos: la mujer de Freddy se marchó hace algún tiempo, llevándose no sólo la mayor parte de sus pertenencias y su dinero, sino, lo que es peor, 24 libras que guardaba a sus compañeros de trabajo. Este dinero pertenece a un fondo de compensación para ellos, y el sábado tiene que dar explicaciones sobre ese dinero. Ahora entenderás su mala situación. Freddy escribió a Longuet una y otra vez. Pero él ni siquiera contesta las cartas, por lo que me rogó que intentar convencer a Paul de que él explicara la situación a los administradores de algún modo. Por supuesto, yo no he contado todo esto a Longuet, ya que Freddy no quiere que lo sepa todo el mundo, especialmente Engels. Creo que nosotros podremos hacernos cargo del desembolso porque Edward espera obtener algo por una pequeña opereta que ha escrito, y eso, junto con lo que Freddy ya tiene, será suficiente.

 

Y luego vino el asunto de la herencia del General, que no le dejó ni un mísero penny. Menos mal que, con parte del dinero que recibimos Laura, el marido de Jenny y yo, le hemos ido ayudando. Si no hubiera sido por eso, no sé qué habría sido de él en los malos tiempos. ¡Pobre Freddy! El único consuelo que tiene es su hijo. Estoy segura de que sus buenos modales, su buen vestir, el maletín que siempre lleva al trabajo —en lugar del típico bolso de obrero— y el hecho de que use sombrero en lugar de gorra, es decir, esa manera de distinguirse del resto de los obreros, se debe a que necesita reafirmar su personalidad.

 


Friedrich Engels

Es una suerte que no sepa quién fue su verdadero padre. Siempre ha creído que fue hijo natural del General, fruto de un desliz que tuvo con la fiel Lenchen, pero nunca ha sospechado nada sobre su relación con el Moro. Por supuesto, he hecho cuanto he podido para que nunca lo supiera. Las personas intelectuales amamos la verdad y por ella hacemos cualquier cosa, incluso sacrificamos nuestra felicidad; pero las más sencillas no pueden soportarla en la mayoría de los casos. Para ellas es más importante ser felices, aunque sea la felicidad de la ignorancia. Freddy es mi hermano y es una de las personas a las que más he querido, además del Moro, Möhme, Lenchen, mis hermanas y el General, pero es una persona sencilla, no un intelectual, y como tal hay que tratarle. Hay que protegerle de la verdad para que sea feliz, ya que no podría soportarla. No sé si los otros que conocen el secreto se lo han ocultado por este mismo motivo; supongo que algunos sí y otros no.

 

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El Moro, a pesar de que, igual que su propio padre, solía renegar de su ascendencia judía, en realidad tenía en muchos aspectos un comportamiento patriarcal en el ámbito sexual. Estaba enamorado de mi madre, pero era fogoso y, como bien sé por lo que me han contado y por su correspondencia, no dudaba en satisfacer sus impulsos sexuales con otras mujeres. Eso no quita que, en general, estimara a las mujeres. Siempre trató a Möhme y a nosotras tres, sus hijas, con la máxima ternura, y siempre respetó nuestras opiniones. Confió en mi madre y en Lenchen en todos los sentidos, y les consultaba todo, incluso temas políticos. A sus tres hijas nos crio para que fuéramos personas independientes, no amas de casa atadas a un marido. Además de esa influencia directa, las tres respiramos el buen ambiente intelectual que hubo siempre en nuestra casa, y es evidente que eso influyó en nuestra formación.

Pero, por lo demás, mi padre se dejaba llevar por los impulsos, o más bien por su impulso sexual. Me contó Jenny que en marzo de 1861 tuvo que viajar a Zaltbommel, Holanda, para ver —una vez más— a su tío Leon y pedirle dinero. En esta ocasión le pidió prestado a cuenta de la herencia de su madre, para que se lo descontara cuando ella muriera. Pues bien, no sólo consiguió 160 libras, sino que tal vez tuviera un affair sentimental con su prima Nanette, hija de Leon. Es posible que la primita quedara deslumbrada por la cultura y la fama de mi padre, ya que él en aquella época tenía cuarenta y tres años, y ella sólo veinticuatro. Por lo que me han contado, era muy guapa y seductora, con unos ojos negros muy bonitos. Mi padre por fuerza tuvo que cortejarla; de lo contrario, no se explica que pasara cuatro semanas en Holanda. He tenido acceso a la correspondencia que mantuvieron después, y ella le llamaba “Pachá”, como si fuera un soberano hindú —debido a la tez morena de mi padre—, y él la trataba como “dulce y encantadora primita”.

 

De: Karl Marx

A: Antoinette Philips

Londres, 17 de julio de 1861

Mi querida y dulce primita:

Espero que no hayas malinterpretado mi largo silencia. Al principio no sabía dónde dirigir mis cartas, si a Aquisgrán o a Bommel. Después tuve que atender unos molestos asuntos (…) Así que, mi querida niña, si debo confesarme culpable, hay muchas circunstancias atenuantes que, estoy seguro de que tú, como bondadoso juez, permitirás que influya en tu sentencia. En cualquier caso, me enfadaría si supusieras que, durante todo este tiempo, ha pasado un solo día sin que me acuerde de mi querida y pequeña amiga (…) Espero que no olvides tu promesa de visitar Londres, donde todos los miembros de la familia estarán encantados de recibirte. En cuanto a mí, no necesito decirte que nada en el mundo me daría más placer.

Espero, mi dulce y pequeña brujita, que no seas demasiado severa conmigo y que, como buena cristiana que eras, me envíes una de tus pequeñas cartas y demuestres no vengarte de mi largo silencio (…)

Tu más sincero admirador

Charles Marx

 

(Continuará)

 


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Freddy Demuth, el hijo bastardo de Karl Marx

 

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